Editorial programa 17 de Radio Uritôrkidas
Sueño con Gandhi.
Con alguien o algunos que tomen los ideales y los lleven hasta la última instancia.
No debe ser casual que sueñe con Gandhi. Andaba desprovisto de cosas, de objetos, casi desnudo. Cuando salía a caminar, caminaba. Cuando se sentaba a hilar, hilaba.
Sueño con Gandhi. Ahora que los carritos eleccionarios invaden la calle.
Porque siento que la política la hacen los slogan y los afiches, el dinero y no la gente.
Sé que no siempre fue así.
Hubo personas que tenían ideas, se juntaban a hablar en las esquinas, en la casa de alguno, en las unidades básicas o comités.
Cuando pienso en ese pasado recuerdo a mi padre. Se preocupaba por el destino del país y lo entendía como una unidad, un grupo que habitaba no solo un territorio sino una manera de moverse, hablar, estar en el mundo. Tenían o estaban en la búsqueda de algún tipo de identidad. De ahí que mi padre se sentaba a discutir las diferentes formas de transformar el lugar en el que vivía. Era en los prehistóricos tiempos en que el dinero no lo había podrido todo. Era en la prehistórica época en que la gente se juntaba para producir un cambio dentro de la sociedad en la que vivía.
Claro que el recuerdo de esta época, asociado a mi padre y a su mundo, es un recuerdo de niño, en donde la inocencia primaba sobre la desconfianza. Seguramente era ya, también, una época teñida de mercantilismo e intereses espurios.
Pero es cierto, y en eso creo que no me condiciona la nostalgia, que mi padre se sentía protagonista de lo que estaba sucediendo políticamente. La política la hacía él, la hacían sus amigos. No estaba solamente en la tele, en las radios, en los lustrosos candidatos.
Pero sueño con Gandhi.
Sé que es un sueño estúpido. Un sueño que no lleva a ningún lado.
La vida cívica se ha transformado en un discurrir plagado de lugares comunes. Oscilaciones entre la indiferencia o la bronca.
No podemos hablar entre nosotros. No porque estemos en desacuerdo con el otro, sino porque hemos perdido las palabras, el vocabulario que nos permita desarrollar ideas, confrontarlas, pensarlas. Por eso gana la publicidad, el afiche o el slogan.
En la desolada planicie del nosotros nos sentamos a mirarnos las caras de descontento.
Y aunque nos guste poner la canción de Joan Manuel Serrat que habla mal de los políticos, ellos son parte nuestra, aunque nos pese.
Encontrar las palabras que nos permitan esbozar ideas, plantarlas como semillas y regarlas es lo que algún día acabará con los candidatos.
Solo entonces votaremos adecuadamente.
Pablo Solís
Amo a Gandhi, aunque haya tenido actitudes imperdonables como padre. Pero nadie es perfecto!. Amo su enseñanza de hacer y no esperar que otros hagan. Y me parece un motor importante para eso no mitificar el pasado, allí también se hacía una política a sangre y fuego. Yo veo que estos tiempos son mucho más prometedores que el de nuestros padres.
Un abrazo