Por Carlos Palomares
Diligentes enfermeros me sentaron dulcemente en una silla de ruedas, estaba muy asustado y, a la vez, complacido por recibir cuidados tan amables, ante lo cual exageré mi condición al ser trasladado. Aflojé aún más el cuello, dejando que el mentón golpeteara contra el pecho. Quedé abandonado por unos momentos en algo que parecía una enfermería. Pese a mi estado deplorable y confuso, pude sentir un sofocante y fuerte olor a lavandina. El cuarto era extremadamente pequeño. Permanecí pacientemente esperando, una vez más, que alguien tome una decisión, evitándome problemas.
Al rato ocurrió, siempre tarde o temprano, alguien se ocupa de mí, es algo realmente bueno, ya que nunca tuve que ocuparme por mi presente ni por mi futuro. Se paró al costado de la silla un tipo tan enorme, que el tamaño de su sombra oscureció todo el lugar, fue la primera vez que sentí miedo en ese (creo) hospital, no sé si de la oscuridad o del sujeto que había entrado.
El dueño de la sombra se dirigió autoritariamente a una enfermera, yo sobreactué mi desmayo, evitando involucrarme en cualquier cosa, no quería que me hablen, ni que empiecen a preguntar cosas sobre las que, seguramente, no tendría ni la menor idea, no recuerdo nada, no sabría que decir, todo me daba miedo.
–Margarita, ¿quién trajo a este hombre?
–Fueron unas personas del Ministerio de Relaciones con el Exterior, Doctor, le estuvieron haciendo algunas preguntas…, se les fue algo la mano con el tiopental sódico y lo dejaron acá para que yo lo recomponga un poco, dijeron que después hablarían con usted, porque tal vez sea necesario practicarle alguna terapia regresiva…
–Saben perfectamente que quien toma la decisión de apelar a ese tipo de terapias, como de aplicar o no alguna medicación especial, soy únicamente yo. No veo cual es el motivo que tienen para permitirse opinar.
–Lo sé Doctor, pero parece ser que el hombre visitó algunos lugares que no debían ser vistos sin preparación previa y, como encima dice no recordar nada, amparándose en una incomprobable amnesia, supongo que ellos tendrán idea de elaborar con usted un plan especial de regresión, eso es todo –Dijo Margarita, quien despertó mi curiosidad, la observé por el rabillo del ojo, una hermosa enfermera, calculé de definitivos treinta años, quien aunque no sabía mucho de delicadezas, como pude experimentar luego en las curaciones, se la notaba concreta y firme al hablar con el médico, eso que el tipo tiene toda la pinta de ser el Director y se mostraba como un duro, ella no parecía tenerle temor.
–De acuerdo, recompóngalo lo mejor que pueda y luego me llama. –El Director hizo sonar militarmente sus tacos al retirarse, le habló desde la puerta, en un tono más distendido –Hace mucho que no teníamos a nadie queriendo volver a aquellos lugares…: delirantes que creen haber muerto, que suponen estar reencarnando, los que dicen ver ángeles y toda esas boludeces. Muchas veces pienso en usted, Margarita creo que debe estar harta de ver tanta deformación de la verdad…
La enfermera se aproximó hacia mí, tomándome el pulso,– Hace mucho que hago este trabajo, claro que es muy ingrato, pero es el mejor que puedo tener, está muy difícil conseguir el pase, por lo menos logré hacer que me guste.
El Director sonrió al responderle
–Bueno, si usted lo dice, así será. Por mi parte soy consciente que hay un montón de cosas desagradables que están ocurriendo en el mundo exterior, desajustes intolerables que ya me están cansando y demasiado. Le envidio esa aceptación consciente.
–Si usted lo dice, así será, Doctor.
–Bueno, prepáreme al tipo y después me lo envía con un enfermero. Este caso no es algo de todos los días, espero entretenerme un rato.
–¿Le aplico algún sedante?
–Una pequeña dosis de KHV al 5% detrás de cada globo ocular, nada más. Bueno, voy a supervisar los quirófanos…, hasta luego…
La claridad indicaba que el gigante se había ido, continué en la misma posición y con los ojos cerrados, no quería enterarme que haría la enfermera conmigo ni en qué consistía su sistema de recomposición.
En pocos instantes quedé completamente dormido, no podría decir en verdad si la enfermera me aplicó algún somnífero, o fue simplemente un desmayo producido por el miedo.
Cuando intenté despertar, me pareció tener dos ladrillos sobre los párpados, a pesar del empeño que ponía, no lograba abrirlos por completo, ni siquiera podía levantar la cabeza.
Advertí que estaba atado a una camilla, apenas lograba observar los sucesos a mi alrededor. El cuadro era bastante patético: una cantidad que me pareció enorme de pacientes en igual condición, no sé de donde provenía cada uno de ellos ni tampoco me importaba, pero sí llamaba mi atención que todos estuviéramos atados.
Era tan desoladoramente obvio que se trataba de un hospital militar, podía notarlo hasta en los más mínimos detalles. Llamó mucho mi atención que todo estaba iluminado por una luz rojiza intensa, sin poder ubicar de donde procedía.
Varios enfermeros, todos jóvenes y altos, sin pronunciar palabra con ninguno de nosotros ni entre ellos, nos habían alineado con mucha precisión de a tres camillas en fondo, haciéndonos esperar turno para distribuirnos hacia las diferentes salas..
De pronto y sin muchos reparos, comenzaron a empujar mi camilla desde atrás hacia un ascensor enorme. Pese al dolor que me provocaba hacerlo. incorporé apenas la cabeza, tratando de ver donde nos dirigíamos, había dos camillas más, bajaron una en lo que pareció ser el primer piso. Seguimos viaje y, por fin, los dos enfermeros que quedaron comenzaron a hablar entre ellos. Me llamó la atención que lo hacían con dureza, mordiendo las palabras, pero muy quedamente, tanto que, pese a la cercanía, era difícil escucharlos.
–¿Dónde lo llevás a ese? –Preguntó el enfermero encargado de transportarme–
–A “órganos”, el tipo ya está casi cocinado… así que es el momento del desguace ¿Vos dónde vas?
–Hasta el quirófano cinco, parece que éste tiene que contar un par de cosas y se está haciendo el boludo. –Lo dicho por el enfermero me heló la sangre, una parte de mí quería desmayarse una vez más, presa del terror, pero la otra hacía fuerza por seguir escuchando
–Ya sabemos como es la historia, la escuchamos tantas veces, te dicen no acordarse de nada, que no saben de qué le están hablando, las mentiras de siempre. Después los apretás un poco, y milagrosamente recuerdan todo.
Mi enfermero desplazó la camilla con fuerza, haciéndome saltar con el traqueteo de las viejas pero silenciosas ruedas. Noté que estaba enojado. Por las dudas se la desquite conmigo, me hice el dormido.
El enfermero abrió con la camilla las puertas batientes del quirófano. Yo seguía atado fingiendo el desmayo, pese a ello, con los ojos entrecerrados pude observar que también estaba iluminado con esa extraña luz rojiza.
Estaba aterrado y confundido, no sé quién soy ,no sé qué es este lugar ni como llegué aquí ni que harán conmigo, no sé ni entiendo nada. Bueno, por lo menos no estoy en “órganos”.
Seguramente muy pronto alguien se ocupará de mí.
—————————————————————————-mira el Capítulo 2…
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