Por Juan Mondillo
“Ése es valiente, pero el otro es grande y traicionero”. Decía aquel pensador inmóvil de cuerpo.
Aquel canta con prosa traída por el viento, y es que intenta en medio de la lluvia hacer notar sus lágrimas; ay, si aún no canta lo que siente, ay, si aún no llora lo que piensa, aunque el viento y el sol secuestren su blanco color quemándolo en silencio.
Dura es su letra exclamando amor sin saber siquiera acerca del dolor.
Recuerdos sin baúl. Remanso sin orillas, encrucijada cubierta de cardón.
Añoranza de aquello jamás visitado, abrazos sin brazos, obsequios sin envolturas, besos sin labios, idiomas de otros tiempos.
Olvidos con memoria, proyectos de un osado pensador creyendo realizar con total legalidad su anuncio literario: “voy a escribir mi Pitágoras de viaje”.
Tanto desgano por descubrir el error, y aun así tan potente es su intención, que logra el antiguo arte del engaño, y todos aplauden esa oleada de pensamiento del que ni siquiera hay un despertar. Tan solo es la fluidez del corrector telefónico que ha llegado a su vida para simplificar y concretizar los asuntos con una rapidez y eficacia de la que ningún pensador pudiera jamás imaginar alguna vez.
Aplauden, vitorean, sin la necesidad de suturar la herida del pensamiento. Nada hay que acomode su “mundo del revés”.
Pero, Pitágoras, ¿será que dan más ganas que Bitácora? o es que nadie se atreve a corregir a su líder levantando la mano para decir: “maestro, creo que usted se ha equivocado”.
Ahora que lo pienso, mi “mundo del revés” no difiere mucho, tal vez solo en el hecho de no usar corrector telefónico y por tanto escribir ubicando a Pitágoras en su momento histórico adecuado y Bitácora en la sustancial elegancia de ser el fantasma donde regurgitar mis periplos por el mundo.
Aquel, ha roto el hechizo de ir hacia adelante por delante, y se lo ha visto andar con la espalda de frente, sin mirar, es decir, ejercer por vez primera el uso del inciso que aparece en la primera página del manual de buena conducta humana: “no hacer trampa”.
Ése, camina hacia adelante, pero lo hace de espaldas, y sufre, porque no quiere hacer trampa, pero no confía en su memoria, ni en sus pasos, teme de su espalda porque nunca antes la había usado para nada y por tanto, su trasero hemisferio no tiene ninguna información que sirva para la gran tarea de no hacer trampa.
Aquel teme, tropezar, teme porque no confía en su memoria, se lamenta de ser un mecanismo obsoleto en toda su mitad.
Aquel sigue dando muestras de su terquedad y piensa: “¿esto es lo que significa huir hacia adelante?
Si tan solo pudiera aquel ver como yo veo…