Por Daniel García Molt
“Parásitos es una porquería”, sostuvo Angel Faretta, uno de los grandes estudios del cine de la Argentina.
Hace rato que tengo ganas de escribir mi opinión sobre la película coreana Parásitos… porque quiero adelantarme, no me pareció una porquería, pero tampoco el gran film que nos han hecho creer con tantos premios.
La primera impresión que tuve al verla fue que era una buena película pero que había cerca de diez películas italianas superiores con el mismo tema o parecidas. Pensé entonces en dos películas de Dino Risi (Los monstruos, Il Sorpasso), Federico Fellini (Il Vitelloni (Los Inútiles) , Il bidone (El cuentero)), Ettore Scola (Feos, Sucios y Malos) y algunas más donde trabajo Vittorio De Sica, Toto Ugo Tognazzi, Nino Manfredi y el gran Marcello Mastroiani. Pero esta lista tampoco se agota en directores italianos, sólo mencionar Viridiana de Luis Buñuel, como obra para reflejarse en Parásitos, deja a la película coreana muy abajo en una lista de films dedicados a mostrar las miserias humanas.
Se ha dicho que su juego de utilizar tanto el drama como la comedia lo hacía un film particular. Creo que la mención de alguna de las películas apuntadas arriba desmienten esa pretensión de originalidad.
Pero con todo esto no quiero decir que Parásitos sea una mala película, no. Sólo quiero afirmar con fuerza que se la ha sobrevalorado. Aunque también deben analizarse los premios como una muestra del nivel cinematográfico de los jueces y críticos del presente, obnubilados como liebres ante un buscahuella.
Buscando opiniones parecidas a las mías me encontré con las declaraciones de Angel Faretta que en el programa radial Pensándolo Bien, sostuvo lo que da título a esta nota, y aquí repito para sacudir al lector que amó esta película: “Parásitos es una porquería. Comete todos los errores habidos y por haber. Es una película demagógica, tonta y se asemeja a lo peor de Buñuel, donde los ricos son estúpidos y los pobres son vivos”.
Si bien no acompaño la cruda opinión de Faretta, la respeto muchísimo, entre otras cosas porque siempre sentí admiración por los análisis cinematográficos realizados por esta persona que, seguramente muchos no conocerán, pero recomiendo buscar en internet sus páginas y leer sus libros.
A Angel Faretta lo sigo desde sus primeras críticas de cine donde rompió todos los moldes del análisis cinematográfica, dando un gran paso, hacia la visión multicultural del cine. Recuerdo que cuando se estrenó Alien, el Octavo Pasajero, le dedicó dos páginas enteras del diario donde escribía a analizar la película y, no contento con eso, en números siguientes, siguió analizando y brindando ideas y más ideas sobre este film. Una de las lecturas remitía a cómo un cáncer ingresa en un organismo y va terminando con las células que lo rodean. O sea una crítica oncológica. Al poco tiempo, lo veía cuando pasaba a la oficina de programación de la sala Lugones del Teatro San Martín, donde yo trabajaba y me encantaba escuchar desde sus diatribas destructivas sobre alguna película que en ese momento estaba en boca de todos como un obra maestra, y su admiración rayana con la devoción hacia los films de sus directores admirados: Hitchcock, Brian De Palma, Scorsese, entre tantos otros.
Su presencia así como era bienvenida para conocer sus ideas, también nos preparaba para la proximidad de conflictos en la sala, ya que Faretta no soportaba que nadie hablara durante la proyección, menos durante la proyección de un film mudo. Por lo menos, en dos oportunidades el griterío obligó a encender las luces y una vez tuvieron que intervenir los acomodadores y el proyectarista porque se agarró a las trompadas con el necio que tuvo la osadía de hablar mientras se proyectaba una copia restaurada de La Pasión de Juan de Arco de Dreyer. Es que para Angel Faretta, el cine, es un acto religioso y él es uno de sus principales sacerdotes. Con el tiempo se dedicó a escribir libros sobre cine y ficciones, y da sus clases magistrales en diferentes lugares del país. Se lo convoca poco en los medios de comunicación porque sus opiniones, como estiletes, abren brechas en lo políticamente correcto con una precisión que deja a cualquier interlocutor desarmado. Ya se dijo, es incisivo, cultísimo, informado y sobre todo algo que suele no soportarse, poseedor de una inteligencia desprejuiciada.
Volvamos a Parásitos.
Según Faretta, el director del film propone la idea que los ricos son tontos y los pobres inteligentes y buenos y, cuando la trama se cae, la levanta con algún “disparate”. En la misma entrevista calificó a Tarantino de ser un copiador de otras películas que le sirven para armar sus tramas y cuando la situación se amodorra introduce un hecho violento, (cortar orejas, lanzallamas, clavar puñales, disparar tiros) para levantar al espectador del marasmo en que fue deslizándose en algunos momentos de sus films.
No soy tan duro con Tarantino, me parece que algunos de sus trabajos son interesantes en su desarrollo (Pulp Fiction, Perros de la calle (casi una obra de teatro). Y algo que Faretta deja de lado donde Tarantino ha sobresalido y es en sus coreografías violentas, cuya Muerte del Cisne la alcanzó, sin duda, en Kill Bill. Soy un ávido espectador de esas coreografías que impusieron conocimos a través de una película en especial de Bruce Lee, Operación Dragón y uno de los films de Sam Peckinpah, La Pandilla Salvaje, que abre y cierra con dos matanzas increíbles que a pacíficos espectadores como yo considera obras de arte.
Más adelante, Faretta, realiza un análisis histórico-político para terminar de destruir a Parásitos. Dice: (Corea) “pasó de un estado de servilismo y esclavitud a un estado global de capitalismo. La sociedad coreana y este director no pasaron por todas las etapas del capitalismo. Saltaron de una suerte de campesinado agrario a ésto y el director no sabe manejar la lucha de clases. En esta película no hay lucha de clases sino de muecas”.
Luego describe la multiplicidad de géneros que desarrolla la película: “Comienza como una suerte de film costumbrista. Pasa al thriller, luego al disparate y termina con un diálogo filosófico en off. Es una cosa verdaderamente espantosa. Parece la versión coreana de Esperando la carroza”.
Para terminar este panorama sobre los films que participaron del último Oscar, Angel Faretta, consideró a El Irlandés de Martin Scorsese como la mejor película del director de los últimos 20 años. “Es una gran historia porque es una película sobre la muerte. Es una gran reflexión. Hay como un clima de despedida. No es un film senil sino duro. Scorsese logró hacer su visión católica más sutil”, dijo.
No comparto esta afirmación. Me pareció que era la continuación de Buenos Muchachos, (lo que no le quita mérito, pero volver a ver un prólogo a este film, termina por agarrar cansados a los espectadores (pese a que la vi en Netflix) para la segunda parte. Dos últimas horas donde Scorsese no pudo dominar los ataques casi histéricos de Al Pacino, tanto que cuando el irlandés le pega un balazo en la nuca, en un solo y preciso movimiento, todos sentimos que nos sacamos un peso de encima, como los mafiosos que lo mandaron a matar a Hoffa . Para alivianar esta opinión desagradable de Al Pacino –quien es un gran actor– debo señalar las grandes actuaciones de Joe Pesci y Harvey Keitel y, sobre todos, la interpretación sobresaliente de Robert De Niro, donde logra reflejar la frialdad necesaria para el oficio de sicario pero, al mismo tiempo, la seriedad con que ejecuta su oficio, en particular cuando mata a Hoffa. En ese momento crucial de la película me pregunté con admiración: ¿Cómo un actor puede interpretar tanta molestia, dolor y angustia de matar a un amigo, sin necesidad de decir una palabra, sólo en un movimiento preciso y el giro pudoroso de su mirada? La escena final es responsabilidad de De Niro pero, sobre todo, de Scorsese. Ahí vemos al hombre en toda su humanidad sólo y a punto de morir, casi sorprendido de haber llegado a la vejez después de tanta guerra. Entonces, le pide a su visitante que deje la puerta abierta: quizás esperando ansiosamente que lo visite la hija que lo rechazó, o su asesino o la muerte que es lo mismo.
No quiero terminar la nota sin transcribir una definición genial de Faretta sobre las series de Netflix. Las consideró que padecen de “inflación narrativa”, por lo largas que son. Y es cierto, ninguna, ni las mejores, pueden justificar que se extiendan durante temporadas y temporadas, cuando cualquiera de ellas pueden perfectamente desarrollar la misma historia durante dos o tres horas.