Editorial radio Uritôrkidas Mayo 2009
Ha muerto el grito desde hace mucho tiempo y también el insulto.
¿Por qué?
Yo creo que en principio porque ambos están relacionados con el salvajismo.
La cultura dominante pregona que ser educados es de alguna forma escapar al grito que nos toma, escapar del insulto que nos sale. Ser personas civilizadas significa pensar antes de actuar, decidir con la mente antes que con el instinto. Y si bien esta forma de conducirse ha llevado a que no nos matemos en la calle, sin duda el exceso de cuidado en las formas nos acerca a una racionalización de las emociones que asusta.
Es por eso que, como decía alguien, la marcha va por dentro.
Conocí a unas viejas sabias que hablaban de la justa indignación y siempre tengo en cuenta este concepto cuando me indigno justamente.
Este concepto dice que hay una indignación que merece ser sentida, porque es la que nos aparece cuando el otro o algo se pasa de la raya de lo normal , es así que merecemos indignarnos cuando vemos el hambre, cuando vemos la guerra, cuando vemos la injusticia, o cuando alguien nos apura con al auto al cruzar una calle.
Otro concepto que habían traído estas viejas sabias que conocí, era el del pensamiento dialectico. Ellas decían que era muy fácil perderse en las justificaciones dialécticas, es decir que, por ejemplo, si vemos a un niño hambriento uno puede ponerse a pensar el porqué hay hambre y quedarse dando vuelta en la dialéctica de estos porqué, cómos, cuándo y dóndes, sin ver lo fundamental y más urgente. De esta forma racionalizamos aquello que sale de nuestras entrañas para volverlo más light, más gentil, más apropiado.
Siempre me ha molestado la idea de algunos filósofos de la nueva era que buscan calmarnos con anestesias meditativas. Para ellos la calma es bienestar y la furia debe ser extraída como se extrae una muela que nos molesta. Estoy en desacuerdo con esta forma de pensar, yo creo que hay que gritar, patalear y expresar lo que nos sucede. Solo así podremos trascender lo que nos aparece y entender que es lo que vemos mal.
Luego de gritar, patalear y decirles a los demás lo que realmente pensamos podremos sentarnos a meditar tranquilos. Hay algo o algunos que dicen que la furia es mala, que gritar es malo, que insultar es malo. Y yo no digo que sea bueno o malo yo digo que a veces es necesario.
Cuando estoy en el tono de mirar me sorprende todo lo que aguantamos. ¿Será una característica argentina o humana? No lo sé, solo veo que el limite está corrido. Aguantamos más de la cuenta y permitimos que todos nuestros derechos sean pasados por encima y creo que ahí si entra a jugar la dialéctica de las justificaciones. Si en el hospital no tienen gasa para curar a los enfermos es porque la gente no paga impuestos o porque el gobierno se lo gasta en coimas, pero intuyo que si los cientos de personas que hacen cola en el hospital se pusieran a reclamar su derecho a gritos constantemente y sin escuchar más razones que su derecho, las cosas cambiarían.
Por lo pronto invito a todos a gritar. Gritemos en el banco, gritemos cuando sintamos que se están aprovechando de nosotros. Gritemos!!! Gritemos cuando veamos los precios altos en el supermercado, todos, todo el tiempo, al unísono. Y aunque nos acusen de locos, tal vez el grito unánime y colectivo sea la forma en que aquel que se aprovecha, escuche. Gritemos desorganizadamente, espontáneamente, libremente.
Estar bien no debe ser un tálamo silencioso donde gobierna el estado nirvánico del estatismo. Estar bien tendría que ser poder lograr atravesar todos nuestros estados emocionales con naturalidad. Cuando viene la rabia rabiar, cuando la calma viene calmarnos. Solo así, en plena sinceridad, comprenderemos quién es quién en este juego de espejos y espejismos.
Pablo Solís
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Pablo,
Comparto algunas cosas…
Pero disiento en lo siguiente:
Una cosa es la indignación, la queja legítima, la expresión de aquello que nos molesta o agravia.
Y otra muy distinta es el grito, el insulto, que muchas veces ofende y hiere sin construir nada. Hay maneras y maneras, y te lo dice alguien que ha gritado y ha insultado mucho arrepintiéndose después, por no haber sabido encontrar otra vía más justa.
Es humano y entendible enfurecerse por los precios en el súper: pero es vil gritarle a la cajera, que paga los mismos precios que yo.
Idem cuando uno va al hospital y no hay gasas, pero la chica del mostrador, qué puede hacer con mis gritos y mis insultos, más que enojarse y amargarse?
Vivimos en una cultura prácticament fundada en la violencia, y por si fuera poco, mal dirigida.
Va siendo tiempo de aprender a encausarla.