Editorial programa 7 Radio Uritôrkidas
No hay que ser muy inteligente para darse cuenta que la película Matrix habla de lo que sucede en nuestra sociedad actual. Morfeo le explica a Neo «Para la Matrix el ser humano es una pila» Y saca una Eveready del bolsillo. El sistema se alimenta de nuestra energía, nos cultiva y nos cosecha como si fuéramos un choclo. No somos más que un número, un corpúsculo, una partecita que el sistema necesita para funcionar. Y eso que somos es construido por el mismo sistema para que respondamos a sus necesidades. Es por eso tal vez que lo individual y lo excéntrico puede ser tomado como una rebeldía. Pero, el sistema busca la forma de tragarse también a todos los rebeldes y a todos los excéntricos.
Para mí, lo preocupante no es la uniformidad. Lo preocupante es tener que dar obligatoriamente nuestra energía. Dar lo que somos al sistema y hacerlo sin conciencia debe ser el mayor pecado. Ser esclavos es triste pero ser esclavos y no saberlo es doblemente triste.
No hay nada más terrible para el ser humano que sentirse prescindible. Nuestra energía, la energía de cada uno debería ser única e irremplazable porque no somos cosas sino almas y no somos cuerpos sino espíritus.
Entender que nuestra particularidad es lo que nos cura y nos salva, cuesta. Pero es este entendimiento el que nos sacará de la pobreza y del maltrato. El día que los pobres y desesperados, que los hambrientos y los humillados entiendan y valoricen el potencial que ellos poseen, será el día de la revolución.
El sistema, La Matrix, lo estipulado, o como quieras llamarle se encarga día a día, momento a momento, de recordarnos que somos reemplazables, que somos una pila, un engranaje, poca cosa.
La dependencia que tenemos en nuestros trabajos y con el estado se basa en esta premisa y nosotros competimos entre sí para demostrarles a los demás y al jefe de la máquina, que estamos dispuestos a ser esa pila, ese engranaje.
Qué ironía, competimos entre nosotros para ser parte de una máquina que nos maltrata y nos deglute. Pero el día en que el mundo se pare porque nos pusimos de acuerdo en no alimentar más a quien nos maltrata, el día que valoricemos nuestra energía individual y la unamos al resto en una decidida no colaboración, en una decidida afirmación de nuestras potencialidades, ese día se derrumbará la máquina. Lo hará, sorprendida de que no respondamos a sus cálculos y terminará muriendo de hambre, porque ya no somos sus choclitos, sus verduritas. Y el poder pasará de sus garras a nuestras manos, a nuestros ojos, a nuestros rostros humanos.
Sin embargo parece que tendrá que pasar mucha agua bajo el puente para que eso suceda, tendremos que dejar nuestras drogas, nuestros objetos, nuestros papelitos y máscaras para reencontrarnos unos a otros como seres únicos e ingobernables por un poder externo. Únicos e irremplazables, todos absolutamente todos, no como quieren ponernos en una misma bolsa, sino en el honorífico lugar que nos merecemos. Luminoso haz que brilla por luz propia. Cada uno en su tono, cada uno en su modalidad. Diferentes y justamente por eso, juntos.
Y entonces dejaremos de permanecer y transcurrir, de alimentar a lo desconocido y comenzaremos a honrarnos unos a otros y a honrar la vida.
Pablo Solís