Por Pablo Solís
Fui criado por mi abuela, una mujer mayor con buenas intenciones pero con gesto adusto.
En mi familia eran todos laburantes, mis tías y tíos derrochaban pasión y felicidad aún en las peores circunstancias. Recuerdo las reuniones: había risas y risas, chistes, formas ingeniosas de hacer bromas y de permanecer en un constante frenesí. No encuentro otra forma de definir ese espíritu que estaba presente en un grupo de personas que no nadaban en dinero sino todo lo contrario.
A los 20 años un querido profesor de Antropología Teatral nos hizo leer “El origen de la tragedia” de Friedrich Nietzsche. El filósofo alemán habla de Dionisio y Apolo y de cómo en un determinado momento Apolo se apoderó del espíritu dionisiaco. Y la razón (Apolo) fue la base para que occidente creciera. Ya no se ríe, no se reía. No se reirá.
El sueño de la razón produce monstruos dice el epígrafe de una pintura de Goya… y es cierto, pero el monstruo mayor de la razón es esa falta de alegría. La razón no sólo produce pesadillas sino que nos transforma en personas amargadas, serias, aburridas.
Es de resaltar que cuanto más pobres somos, más necesidad de reír tenemos. Esa necesidad parece un absurdo, quién puede reír ante la miseria, ante las dificultades cotidianas, ante la falta de pan y de trabajo. Sin embargo muchos necesitados y pobres, ríen… y el rico pregunta con desprecio “¿de qué se ríe éste?”.
En “Fábula del Lavandero”, obra teatral creada en un idioma inventado, se habla de eso, de reír ante lo que siempre temo, de reír incluso ante la misma muerte. En el lenguaje del lavandero es:
“Si hasta el mismo Dios se ríe de todo humano, más vale reyir sin manos que llorar por el vación”.
Pero la risa, la alegría, puede ser ficticia… y esta es la peor de las alegrías.
Hace unos años veíamos a un político traficar con la alegría, bailando en la Casa Rosada. Estaba haciendo propaganda con la alegría, que debe ser la propaganda más inmoral.
La fiesta y el vino tratan de convocar a Dionisio para espantar a los monstruos de la razón y que se pueda reír a pesar de las circunstancias, pero esta alegría dionisiaca, nada tiene que ver con el poder bailando en un balcón.
Benedetti habla de defender la alegría. Se entiende a qué apunta: en un mundo cruel debemos defender la alegría de esa realidad, pero la alegría propuesta por el poeta uruguayo es un júbilo militante que no sé si puede durar. Porque si nos ponemos a competir para agregar cosas buenas que equilibren la balanza de la tragedia es posible que el juego nunca termine.
En mi adolescencia, mis amigos me miraban mal porque no fumaba marihuana, para ellos yo era “un careta”, como se decía en esa época, y yo les decía que la mejor droga era el teatro. Había encontrado en el teatro un refugio, un espacio para la fantasía, para ver realidades alternativas, otros mundos. No necesitaba la planta psicodélica. El arte es una droga poderosa, se puede autoconvocar y sus efectos pueden ser duraderos.
Hace unos días me encontré con un amigo que solo cree en la razón, se le había quedado el auto y repetía mántricamente que estaba meado por los perros, intenté decirle que la repetición no lo ayudaba y me sentí una especie de Deepak Chopra del subdesarrollo, comprendí que las recetas no sirven, que cada uno decide en qué quiere creer.
No me siento afín a los recetarios de la New Age que intentan poner una idea opuesta para equilibrar la balanza. Las afirmaciones apuntan a la razón, a que el señor Apolo comprenda que tiene que cultivar el opuesto, pero no resuelven el problema de fondo. Entonces pensé en ese momento, mientras daba consejos espirituales, que la razón solo puede ser combatida con la fantasía.
Los monstruos racionales sólo se van cuando el arte ataca, cuando un mueble deja ser un mueble para transformarse en otra cosa, cuando el sapo es un príncipe y el sol sonríe como no puede hacerlo una estrella en el mundo de los astrónomos. Hay una sola herramienta que espanta a la razón y es la imaginación. Y también…que la alegría sólo puede permanecer activa por medio de esa imaginación.
Eso también lo aprendí de niño viendo cómo mi familia creaba situaciones de fantasía para reírse. Un tío hacía de un simple pañuelo un sombrero ridículo, otro mataba una hormiga imaginaria, otro no contaba anécdotas sino que las recreaba y las reformulaba sólo para reírse. En mi familia hacían magia y fue una buena educación.
Sin embargo con el tiempo comprendí que la imaginación y la fantasía tienen muy mala prensa en el mundo “real”. Puede estar bien para pasar el tiempo pero a la hora de crecer hay que “sentar cabeza”. El mundo expulsa a los loquitos, a los felices, a los fantasiosos. El mundo respetable es serio, casi militar.
Pero la alegría solo surge y crece por medio del cultivo de la fantasía. Esa fantasía no es menos real que el monstruo creado por la razón y aunque tiene menos prestigio puede ser la que nos salve y nos cure.
A la hora de reír el mundo puede abrirse en polifacéticas formas irracionales que alivian y abren el corazón. La imaginación, la fantasía y la creación de mundos ficticios es la única salida a tanto estropicio y cerrazón.
Hay quienes dicen que esas creaciones no son la realidad. Pero ya sabemos que el mundo dejó de ser real hace rato y que la vida es una cuestión de elecciones: elijo vivir en el estropeado mundo de la razón y la cerrazón o me río y creo un nuevo mundo.
La suma de las imaginerías y fantasías de todos, en algún momento, cambiará la realidad o creará una nueva. Seguro esto pensaban aquellos hippies de la década del 70 cuando decían “la imaginación al poder”.
La imaginación y la alegría.
Gracias Pablo!!! Intensa, Emocionante la Editorial…brota de tu vivencia, de tu reflexión, de tu mirada … Me Emociona sentir y pensar que la realidad no existe, sino que la vamos creando. Creo lo que Creo. Gracias!!