El letrista era un personaje bastante bohemio, muy visto pintando en las vidrieras de los bares y comercios hasta los ’70. En los ’80 comenzó a ser suplantado por las fotocopias pegadas en las vidrieras; y para los ’90 ya era una ser absolutamente reemplazado por las computadoras, ya que en menos de una hora, un empleado pegaba todas las letras derechitas y con el color uniforme; un supervisor controlaba todo, y el monto era facturado. A los pocos años se llenó de negocios dedicados a la gráfica, el material se encareció, comenzó a usarse vinilo de baja calidad y comenzaron a despegarse las letras de los vidrios; el vicio de apaisar estiró y contrajo los diseños deformando estructuras y el gusto del público se vió obligado a aceptar lo insano.
El Arte de las Letras sobrevivió gracias a la autoconfianza de los artistas, a su amor incondicional por el arte y al buen gusto de muchos comerciantes, casi todos gastronómicos que siempre llamaron para hacer algo.
Muchos dejaron el oficio por considerar que ya estaba muerto por culpa de la situación, y se pusieron a hacer otra cosa.
El Fileteador, además de letras hacía “Filetes”, trazos finos con adornos que acompañaban los textos de los carteles, como acordes bien puestos en una canción o con la humildad del clave, oí decir, que si está, no se nota pero si falta, se nota.
Ese arte popular, nacido en los suburbios, tuvo el origen en el arte clásico, que puede verse en oriente también, cumple seriamente con conceptos de la pintura en el uso del color. Y sus elementos, -las hojas de acanto, las flores, campanillas, dragones y pájaros – tenían que estar de acuerdo a criterios antiguos del diseño, que se transmitieron personalmente y que podemos captar en los relieves de los frentes antiguos de las casas viejas, de los frisos y dinteles de los palacios y los muebles románticos del siglo XVII y XVIII, en el decoupage europeo, el Luis XlV y XV, en todos esos tenemos los elementos que inspiraron al fileteador de fines del siglo IXX, que vino a trabajar para las fabricas de autos, convenciendo a los camioneros y a la gente.
El Fileteado es un arte muy antiguo, que en Argentina hizo impacto a nivel internacional junto con el tango y las cosas para el turismo; tiene elementos de composición específicos con los cuales se pueden hacer obras de arte. Esos elementos entrelazados en el movimiento de los trazos, hacían vivir una cosa muerta; “para que te salga bien tenés que mirar todo a la vez” me decía un camionero que se hacía filetear el camión desde antes que yo naciera, y sabía mucho, viste que el que sabe no sólo es el que toca, también es el que escucha.
Diría que hay estilos también, se podría clasificarlos. Hay maestros del arte, y hay teóricos que opinan, en general son seres chapados a la antigua que no concuerdan con lo actual, no hacen páginas de Internet; capaz que te hablan mal, pero con esa gente pude encontrar grandes verdades y conocer nociones profundas.
“Pará que un nene no se hace en tres días” le decía León Untroib* al padre de don Taco, un cliente, cuando éste lo apuraba para que le termine de filetear el camión.
El maestro Luis Zorz* me contaba que después de la clase se iba a patear tachos de basura por Mataderos; una vez me pide un lápiz, y me dice a los gritos: ¡esto no es un lápiz, es un lavarropas!
Y yo me preguntaba qué toma esta gente, pero después se despachaban con una claridad impresionante sobre el diseño, el uso del espacio como recurso, la teoría del color, la mano alzada; decían cosas verdaderas, conocían la noche, el tango, la poesía…
*Maestros muy renombrados del fileteado.
Hernán Barro – Verano 2008
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