Por Juan Mondillo
Al parecer está bien visto justificar todo tipo de acciones en estos tiempos que corren.
Existe una especie de chantaje emocional y por supuesto, nadie está exento de caer en esa trampa.
Se evidencia una vez más que la inteligencia intelectual lleva las de perder ante la inteligencia emocional.
Aquí, como dato curioso, es donde el amor se convierte en el trofeo en pugna entre ambas partes que no buscan otra cosa más que el daño mental y espiritual hacia quien hasta hace pocos instantes, juraban amar.
Es imposible ir poniendo botanas al envase del amor, tarde o temprano, sus fluidos terminan filtrándose por alguna rajadura de la botella.
En actitud coherente uno pide al otro realizar el acto de “ver”. A mi modo de entender esto no es más que la continuidad de un capricho o de un casillero del juego donde alguno piensa que va ganando del que hasta hace unos segundos nos interpelaba con miles de acusaciones y de golpe y porrazo nos pide “ver”.
Es interesante descubrir la maldad solapada detrás de frases hechas tales como: “si algo debe ser forzado es que no sirve” o “soy buena persona porque ahora que ya no te amo puedo decirte la verdad” o la mejor de todas y la más violenta de todas las frases hechas: “hice lo que es correcto”.
¿Y la percepción del amor? ¿Dónde ha ido a parar la celeste sensación de que el otro es amor, de que uno es amor?
En esta realidad, la impronta que está posicionando (me gustaría decir envenenando) al ser humano es su estúpido orgullo.
¿Dónde iras a parar con tanto orgullo? ¿Quién seguirá con los ojos tan cerrados que no quiera ver lo plástico de tu figura? ¿Cuánto tiempo crees que tienes para ser joven por fuera si continúas en esa carrera de arruinar el poco brillo que tiene tu alma?
Y en medio de este caos, al amor se lo presenta como al hijo por el cual ambas partes disputan su tenencia.
Es tal el grado de imbecilidad que no somos ni el eco de lo que soportara aquel primer “te amo”.
En las fronteras del saber, he descubierto que esta clase de seres son la raza que domina al planeta, no por ser inteligentes, no, sino porque son tantos y tan estúpidos que si uno los suma en peso, pues se va perdiendo gravedad planetaria de tanto bípedo con la misma clase de adoctrinamiento.
Nietzche decía que había que tener mucho cuidado de no convertirnos en necios intentando hacerle ver a otro necio lo necio que es.
Esta trampa es más común de lo que nos imaginamos y creo que todos hemos pasado alguna vez por allí.
Te prendes un cigarro y se te dibuja tu propia imagen de “moderna” y sin embargo, cada pitada, es producto del viaje más inconsciente a una destrucción que bien pudiera ser individual, sino fuera que se mantiene el producto llamado amor por parte de quien observa en silente tristeza tu elección agonizante de una muerte anunciada.
En ese gran arcoíris que resulta de una incapacidad por concebir la presencia del otro como no sea abusar de tanto amor que tiene para dar, el fenómeno de quien no concibe, se prepara para dar otro zarpazo acudiendo al uso nuevamente de frases hechas tales como: “no eres nadie”.
Esta idea de castigo a la moral y penalización física por parte de quien no puede ver la gran mentira plástica que la rodea a sí misma, en muchos casos resulta eficiente puesto que por más atento que uno esté, en algún momento ha de bajar la guardia. Aquí nace la subestimación. Dado que el otro ser, quien cree siempre ser la víctima y la honesta, carga contra quien acaba de bajar su guardia y olvida que por más dolor que en ese instante esté infligiéndole al otro, en ese otro, hay gran tenor de inteligencia que sin llegar al surrealismo, supera por mucho, los patrones de conducta de aquel que se repite con un lenguaje casi primate.
He contemplado con intensa pasión al amor, lo he mirado a los ojos, le he preguntado por qué me miente, y sencillamente, lo que yo proclamaba en esos ojos que era amor, me responde: te miento, porque no soy la manifestación del amor…
Gracias Juan por tu artículo. Durante su lectura recordaba el tema que desarrollé en la Revista esta Vez, acerca de las envolturas o «Koshas». Y me daba cuenta de que a veces, nos identificamos tanto con algo de lo que nos sucede que nuestra existencia toda pasa solo por ahí.
Somos muy vastos, somos cada uno, una verdadera aldea de gente.
Somos mucho más que lo que sentimos, que lo que nos pasa, que lo que pensamos, que nuestro aspecto físico…
Somos.
Siempre gratitud hacia tus notas.