Por Pablo Solís Gariboldi
El querido Nietzsche dice en “El anticristo”: “¿Qué es bueno? Todo lo que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la debilidad… Los débiles y malogrados deben perecer; tal es el axioma capital de nuestro amor al hombre. Y hasta se les debe ayudar a perecer.”
Por supuesto Friedrich hablaba de otras cosas, de algo más profundo, de esa debilidad que surge de la autocompasión y del regodeo en la queja, la pena y la debilidad. Sin embargo, en la actualidad, en este país maldito, la premisa de que los débiles desaparezcan es un axioma que a muchos les gusta.
Desaparecido el débil, el pobre, la mugre misma que invade todo lo puro, los puros pueden entonces vivir en paz.
Lo decimos irónicamente en una obra de teatro: “Cuando los bajos desaparezcan nosotros los puros y nobles podremos vivir en paz.”
El problema con este pensamiento es que siempre hay alguien que está más abajo en la escala, siempre hay alguien que tendrá que desaparecer para que mi felicidad sea completa.
Sartre decía que el infierno es el otro. En esta nueva época esa premisa es llevada al máximo: si el infierno, el problema es el otro, el diferente, la mejor manera de solucionarlo es haciéndolo desaparecer.
Hacer desaparecer el mal tiene una vieja historia en la Argentina, los verdaderos malos siempre buscan extremar el odio y es por eso que los verdaderos malos hicieron desparecer literalmente a toda una generación, se llamó Proceso de Reorganización Nacional, porque a los verdaderos malos les gustan las palabras que impactan aunque no sean ciertas.
Antes de eso Sarmiento quería hacer desaparecer a los salvajes y lo logró. Luego los salvajes, los que quedaron, se hicieron negritos y peronistas, y nuevos regímenes buscaron también hacerlos desaparecer creando la prohibición hasta de nombrarlos.
Tan al extremo llegó la idea de “desaparición del mal” que durante 18 años se prohibió no solamente que participe políticamente todo un grupo de gente sino también nombrarlo. Esa prohibición que llegó hasta las palabras sólo fue posible porque había otro grupo de personas que lo aprobaba.
Hace tiempo que pienso en cómo de una cosa simple se derivan otras más complejas, todo empieza con una idea: las ideas son las que gobiernan al mundo.
Hay una sola forma de que aceptemos la injusticia, hay una sola forma de que tomemos como normal las iniquidades de una sociedad alienada, y es aceptando primero la posibilidad de que es iniquidad sea algo merecido por el que la padece. Y es por esta causa que los verdaderos malos buscan convencernos por medio de la publicidad de que estas maldades, de que estos estropicios, son necesarios.
Podría haber empezado este escrito diciendo: “Me preocupa el odio. El odio que se filtra en las palabras, el odio que se filtra en la publicidad. El odio al otro, al diferente…”
En realidad no me preocupa, me espanta. Y deberíamos espantarnos y no cultivarlo, no hacerlo crecer, no permitir que eso tome forma.
Si no podemos sentir empatía por la miseria, si no podemos sentirnos nosotros también un poco pobres, un poco miserables, un poco indignos, si no podemos tener empatía por el otro que se encuentra en dificultades, corremos el riesgo de hacernos duros con el afuera y duros con el adentro. Sólo cuando entendamos esto comprenderemos que el deseo de la aniquilación del otro es el deseo de nuestra propia aniquilación, que cuando pienso en matar, muero, que cuando quiero anular a los otros también me anulo.
Siglos de psicología, filosofía y cultura pueden ser aniquilados con un segundo de publicidad. Esa publicidad nos convierte en simios que intentan romperle el cráneo al enemigo.
Caín impulsado por su conciencia de superioridad sigue matando a Abel. No tiene culpa, lo cree justo y se siente poderoso, dice “negros de mierda” y sigue matando.
En el horizonte debe haber algo más que violencia, venganza y odio.
En el horizonte debe haber algo más que noticias que promuevan al desprecio del diferente.
En el horizonte debe haber un destino mejor para nuestra sociedad que el de Caín.
Un futuro menos polémico y más amoroso.
Gracias Pablo por Compartir tu Sentir en la Editorial de esta Revista. En Uritorkidas convergen personas, opiniones, diferentes temas, literatura, arte , pensamientos , filosofías…(por qué no..) informaciones, relatos…y tanto más…y lo tan mágico, (y no por añadidura) que es lo que pueda hacer cada lector con todo esto.Esa es la maravilla, la Magia de lo escrito: ¡Es!… y no se sabe adónde, a quiénes, ni a qué parte de cada uno puede llegar…por eso te estoy muy agradecida, por llevar adelante esta iniciativa, esta Uritorkidas..
Te comparto algo que viene a mi corazón y a mi mente al leer la editorial, y es que «el cielo y el infierno no están afuera, todo está dentro de cada uno de nosotros». Eso es lo que creo, lo que siento, y lo que trato de hacer consciente al vivir cada día . Los seres humanos pasamos por estos estadios en varias circunstancias, de cada momento. de cada día…
Lo que creo que está bueno es tratar darme cuenta por dónde elijo transitar…para volver al camino que deseo,el que más colabore para que mi vida sea más Plena. Un «trabajo» de permanente atención, de permanente automonitoreo… de pocas distracciones…sino, empiezo a creer en el infierno «de afuera», o en el cielo» de afuera»…
Por supuesto que elijo, un futuro amoroso. ¡Lo elijo! . Llevo mi Intención hacia ahí. Lo elijo…y suelto!
Gracias!!!
María Alejandra
Leyéndolo en épocas de pandemia y encierro que dimensión cobra tu reflexión. Tendremos que «pasar las de Caín» para tomar conciencia de que el otro no es enemigo, que el «enemigo» no existe más que en uno mismo y las ideas que sostiene. Saludos!
Gracias por acercarte al fogón de Uritórkidas. Sí, esto fue escrito en enero, así que esperemos que aprendamos algo con estas olas.