Por Pablo Solís Gariboldi
Pensaba hablar, de la enfermedad, del miedo a la enfermedad y del miedo a la muerte. Sin embargo y sabiendo que esta coyuntura viral pasará, (escribí algo sin embargo aquí) permíteme presentarte al Mimo Calavera.
Antes de ir directo a la presentación, te cuento que hace un tiempo conocí a un hombre que quería suicidarse pero quería hacerlo de a poco. Entonces engullía montones de comida, se tragaba un chancho por día para que el colesterol lo asesinara, tomaba litros de vino para que su hígado explotara y fumaba hasta rabiar para que sus pulmones colapsaran. Hizo esto durante 60 años, desde los 30 a los 90. Murió a los 92. Antes de morir me dijo una frase que nunca olvidaré: “Somos más fuertes de lo que parecemos”.
Dicho esto les presento al Mimo Calavera:
No es la muerte, es un ser silencioso que anda por los rincones haciendo señas. Como es un mimo y acorde a su estirpe, no habla. Una de sus actividades predilectas es manipular objetos imaginarios: abre puertas invisibles y canastos de paja en donde guarda ropa también invisible, mueve sillas de un lado para el otro, empuja mesas, etc. Además expresa amor u odio sólo con gestos y ríe abriendo una boca por la que no sale sonido alguno. Como su cabeza es una calavera su gesto de reírse es aterrador.
Mi padre contó alguna vez que cuando Marcel Marceau vino por primera vez a la Argentina, allá por el año 1951, el gran mimo hacía una escena en la que comía fideos. Mi padre aseguraba que los espectadores no solo veían los fideos invisibles y el tenedor, sino que hasta podían oler la salsa.
El Mimo Calavera es tan bueno como Marcel Marceau. Insisto en que, a pesar de su nombre y aspecto, no es la muerte ni su mensajero .
Es un ser tierno pero despreciable, es un artista perfecto pero sin moral.
Se ubica siempre detrás de un grupo de personas felices y alegres, desde allí hace gestos ridiculizando a alguno de los participantes de la comitiva, distrayéndolo para que se pierda ese momento de felicidad.
Se entromete entre los amantes que retozan al calor del primer encuentro. Se sienta al borde de la cama y hace sus trucos: imita el rostro de una anciana llorando la muerte de su marido o hace la conocida gracia de subir una escalera imaginaria y abrir una puerta. Distrae, es esa una de sus tareas principales: distraer.
Ignoro yo cuando nació este Mimo Calavera. Tampoco sé exactamente cuál es su objetivo. Comprendo que no fue enviado por nadie ni es una conspiración de ningún gobierno. Actúa por su cuenta.
A mí me sigue desde que yo era pequeño. Cuando murió mi madre hacía un número detrás del cajón que consistía en bajar un globo atado a un hilo, el globo de color rojo se le escapaba, él saltaba y atrapaba el hilo en el aire. Podía ver el hilo, el globo, su flotar plácido en el aire y su envión rápido hacia el cielo cortado por el tirón preciso de la mano enguantada.
Ese día quería ver por última vez el rostro de mi madre muerta antes de que cerraran el cajón, pero el Mimo Calavera lo impidió.
Ahora mismo el mimo está sentado al lado mío. Hace el número de la silla, se sienta en una silla invisible, la sostiene luego con una mano, no tiene suficiente fuerza para hacerlo, se tropieza, se le cae la silla y el cae con ella.
En momentos difíciles de mi existencia lo increpo, le grito: ¿qué hace usted acá? Fuira! Fuira bicho!
Cuando me enojo me sale una voz de paisano, con lenguaje acorde.
El mimo levanta los hombros, hace el gesto típico, poniéndose la mano en la boca, que significa: no puedo hablar. Me molesta esa actitud, es una excusa, bien sé que podría hablarme por medio de gestos, por medio de sus invenciones “artísticas”. Su técnica es perfecta, con gestos podría indicarme quién es, qué hace, por qué está en ese momento conmigo. Pero no, hace el gesto ridículo de que no puede.
Entonces me enojo más, le grito, lo escupo, le tiro objetos reales. Desaparece. Es así, el Mimo Calavera es así, cuando lo acorralan, cuando lo enfrentan, desaparece.
El mimo es casi como cualquier fantasía negativa: crece con el tiempo y al enfrentarla, se va. Pero también, igual que esas fantasías, vuelve cuando uno se distrae. ¿Debemos estar todo el tiempo precaviéndonos? ¿En estado de alerta? Es imposible.
En los momentos felices y en los especialmente trágicos él se hace presente.
No sé quién es, ni qué quiere, ni por qué está acá.
Si a ustedes también se les aparece les ruego que le pregunten y si tienen alguna magia para desterrarlo de sus vidas, pásenmela.
Pero creo que a esta altura, ya no puedo vivir sin él. Ya no puedo vivir sin el Mimo Calavera.