Por Guillermo J. Dangel
Extraído del libro «Historia de Capilla del Monte». Del mismo autor.
Charbonier está muy cerca de la sierra del Pajarillo. Su población a principios del siglo XX superaba a la de Capilla del Monte, pero se fue reduciendo igual que Copacabana, en el departamento de Ischilín. Basta decir que la referencia edilicia más conocida de Copacabana es una pequeña capilla levantada en 1842, construida en el casco de una estancia tradicional de la zona. Este pequeño templo convoca todos los primeros días de febrero a cerca de 6.000 personas que le renden su devoto homenaje a la pequeña y milagrosa imagen de la Virgen de Copacabana. Hay algo más en Copacabana, y puede verse desde el campanario del pequeño templo; la entrada a la Salamanca, o si se prefiere, la entrada al Infierno. No son pocos lo que explican su construcción como una forma de protegerse justamente de ese “portal” a la maldad.
En estos lugares transcurrió la vida de Don Pepe Segundo, de quien se dijo que fue ahijado del Diablo. Por supuesto es difícil escuchar esta afirmación en boca de los testigos que lo trataron; toda gente mayor de 80 años. Sólo cuando se ha logrado ganar la confianza de quien lo conoció, surge la sospecha satánica. Porque el miedo hacia ese hombre, al que se lo describe alto, siempre con sombrero negro, muy buen mozo en su juventud, y en la madurez deformado hasta extremos increíbles, todavía continúa.
Cuentan que Don Pepe siempre tuvo plata. Sus negocios fueron prósperos; tuvo las mujeres más bellas y jóvenes de la región, tantas como hijos naturales y legales se le atribuyen. Pero igual nadie le envidió su suerte. Dado que se lo sabía imbatible con los naipes debía esperar la llegada de algún forastero para jugar. Porque a nadie se le ocurre jugar a las cartas con alguien que anda en sociedad con el diablo. Cuando no tenía a quien engañar con las cartas, las barajaba como un mago de feria para diversión de la concurrencia; incluso hacía ese truco de romper un huevo en un sombrero, batirlo y después devolverlo tan seco como se lo había entregado su dueño. Pero un día bebió más de la cuenta, y tiró el mazo de cartas al techo, y éstas se quedaron pegadas y esparcidas en el cieloraso, como si arriba fuera abajo. Entonces le preguntó a los presentes: “¿Qué carta quieren que caiga primero?”. Y cuando elegían una, la carta mentada caía como una hoja cae de un árbol en otoño. Esa noche, dicen, el truco no divirtió como otras veces; causó miedo. por escaparse de su lado. Por ellas se supo que Don Pepe salía a la noche con un libro de muchas páginas, y les hacía comentarios tan raros como que estaba aprendiendo a volar, o que había estado caminando bajo la tierra.
Otra noche, en Charbonier, bebió hasta quedarse sin plata. Como él también era comerciante no pedía fiado. Dijo que se iba a su casa a buscar dinero. El vivía en Copacabana, una distancia que desde Charbonier lleva cerca de dos horas, dos horas y media recorrerla a caballo ida y vuelta. A la media hora estaba de vuelta. Se sabía que Don Pepe tenía dinero escondido en cada rincón de la sierra, así que se pensó que había ido a algún escondite cercano. Siguió bebiendo hasta muy tarde, y por fin se fue.
A la mañana siguiente regresó para hablar con el dueño del almacén y le dijo que le venía a pagar. El hombre se sorprendió; si no le debía nada. Miró la caja donde guardaban la plata y encontró chalas cortadas del mismo tamaño que los billetes. Le había estado pagando con chalas. Como un caballero, Don Pepe, le cambió una chala por un billete y así saldó la deuda. Quedaron a mano. Esa noche habían atendido tres personas distintas y ninguno se había dado cuenta del fraude.
Pero a medida que pasaron los años la gente le comenzó a temer más y más, sobre todo los padres con hijas jóvenes, porque de los bailes siempre se llevaba a las más hermosas. Una vez, una mujer pudo resistirse a su misteriosa seducción, entonces Don Pepe movió una mano y, así cuentan, a la pobre se le cayó el vestido al suelo. En otra oportunidad se enojó con alguien, se sacó el cinto y lo arrojó sobre una mesa; cuando el cinto llegó a la mesa ya era una víbora. En cuanto a las mujeres que vivieron con él, todas terminaron por escaparse de su lado. Por ellas se supo que Don Pepe salía a la noche con un libro de muchas páginas, y les hacía comentarios tan raros como que estaba aprendiendo a volar, o que había estado caminando bajo la tierra.
Los hombres que trabajaron con Don Pepe Segundo cuentan que les hacia bromas extrañas. “Vaya a buscar una botella de vino”, les decía, ellos levantaban el brazo para alcanzarla de un anaquel pero la botella volaba al encuentro de la mano. Entonces Don Pepe se reía a carcajadas.
Una mañana iba a Capilla del Monte con su chatita, acompañado de un chico que oficiaba de ayudante. En mitad del camino era tan espesa la niebla que no podían seguir avanzando. Se bajó insultando y le ordenó al chico que no se moviera de la chata por nada del mundo. El chico vio como Don Pepe desaparecía entre la niebla, y a los pocos minutos, esta se disipó. Volvió entonces Don Segundo, y otra vez la carcajada que helaba los huesos.
Los últimos meses de Don Pepe Segundo fueron terribles. Lo abandonó la que sería su última mujer; sólo una hija cuidaba de él. Ya no podía dormir. Y aunque la gente le escapaba no había noche que no se lo encontraran en medio de la sierra, gimiendo y hablando con las sombras, gritando y maldiciendo. Una noche quemó algo en una fogata, ¿el libro?, ¿papeles? Su hija se asomó por la ventana, y él la mandó a dormir. Y aunque nunca es suficiente la distancia en esas sierras para apagar un ruido fuerte, se alejó lo necesario para que no fuera su hija la primera en encontrarlo; y se pegó un tiro en la cabeza.
Así terminaron los días de un hombre extraño, que algunos lo creyeron una víctima del Diablo, y otros lo sospecharon un estudioso de los secretos de la magia negra, o de los misterios esotéricos, esos saberes que parecen juegos hasta que se vuelven una carga difícil de abandonar.