Por Juan Mondillo
El siglo XIX tuvo a Europa occidental y a Norteamérica inmersos en un consumado sistema capitalista. Estas dos potencias, serían las responsables de lograr la ruptura de lo que hasta ese momento se tenía como tradición entre el ser humano y la naturaleza.
“Antes de esta ruptura, los animales constituían el primer círculo de lo que rodeaba al hombre” (John Berger).
Es que observando nuestra historia, la raza humana siempre ha estado en contacto casi igualitario con los animales, los árboles, los minerales. Esta conexión se tenía (podríamos decir), como una relación directa, ya sea por trabajo, religión o magia.
Algo dentro de esa ruptura, provocó que los humanos vieran al reino animal como un simple elemento provisto de carne. El mismo método fue utilizado al momento de visualizar a los árboles y el reino mineral. Simples proveedores.
Esta providencia, se creía sería una eterna fuente de abastecimiento para el desarrollo fundamental de energías como el progreso.
El concepto básico del progreso (que luego tomaría el primer lugar en el podio de la decadencia humana), fue la visión de la multiplicación, el consumo y el desecho.
La naturaleza, no tiene poder de distinción. Esa es una ilustre actitud dentro de lo que podríamos llamar, la estructura arrogante de la raza humana.
Hemos estigmatizado todo aquello que goza de nuestra capacidad de distinción. Luego de que realizamos el proceso de distinguir, lo acabamos con los parámetros de los juicios necesarios que acompañan este señalamiento.
No podemos, ni debemos, seguir mirando desde la ignorancia y el miedo.
Mientras una planetaria cuarentena nos tiene a todos enclaustrados, la naturaleza resurge en sí misma con una actitud de sorpresa. Como de quien sabe que va a morir, pero cuando le llega su hora, se pregunta: ¿por qué a mí?
No hemos sido capaces de comprender el cuadro que estamos mirando.
Esta total desconexión, nos pone de cara ante todo ese mural de la misma forma que quien parado frente a una pintura, sin entender, a qué época pertenece, la razón de sus colores, la elección del motivo, el tiempo invertido, el misterio de su mensaje.
En nuestra ignorancia, no importaría saber que Miguel Ángel invirtió seis meses de su vida en Carrara eligiendo minuciosamente el mármol para trabajar en un pedido que le hiciera el papa Julio II y que al regresar, el jefe de los cristianos le dijera: “pibe, te colgaste demasiado, yo ya estoy en otra”. O comprender las horas, días, que pasó Leonardo Da Vinci observando las leyes del oleaje. No importa, porque sencillamente, no resulta importante para nadie que ejemplos como los de estos dos grandes, nos muestren que sí hicieron la tarea, y que mientras uno aprendía a dialogar con los minerales, el otro, aprendía a ver más allá del movimiento del mar.
Hay una revolución incesante en cada uno, y se manifiesta constantemente. Pero, hemos puesto el “pero” a todo, creyendo y alegando que de eso se trataba el libre albedrío.
Alguien dijo alguna vez: “somos el único motor de movimiento continuo, que no se detiene ni cuando el cuerpo descansa”.
Me opongo a la arrogancia de esta idea, pues solo delata cuanta distancia existe entre la verdad y nosotros.
En la infinita imagen del círculo, hay quienes solo ven su interior, hay quienes ven solo su circunferencia, los hay quienes se detienen a observar el trazo de la línea, luego están los que se dicen “elegidos” argumentando ver el “todo”.
Pero nadie, absolutamente nadie, reconoce el movimiento, a menos, claro está, que el círculo por sí mismo nos muestre que se puede también mover.
Mientras desarrollaba en mi mente la imagen de cómo sería la conexión total de los reinos, Seres humanos, árboles, minerales y animales, comencé a preguntarme si existiría significado en algún idioma del mundo que me explicara en una simple palabra, la unión de las primeras letras de cada uno de éstos reinos. En mi rebuscada manera de ver ciertas cosas, encontré que todos juntos forman el sanscrito Shama, que significa, tranquilo, pacifico. Shama (s-seres/ h- humanos/ á-árboles/ m-minerales/ a-animales) Shama. Que se dispense mi romántico sentido de la esperanza, pero en esta palabra la he hallado.
Está claro, que entender la ruptura inevitable para reconstruirnos y trascender lo que existe de mecánico en nosotros trae aparejada mucha angustia.
También se hace evidente, que el lenguaje no es, en los tiempos que corren, el elemento que otrora confirmaba la existencia del otro.
Hoy, es preciso antes de abrir todo el paquete del nuevo paradigma, leer su instructivo. No es mi intención intervenir con un spoiler, pero el manual de instrucciones para armar el nuevo paradigma tiene como único inciso el urgente mensaje de: saber mirar.
Muy buena Juan!
Un simio es un animal que arranca una fruta de un árbol, para disfrutar comiéndola.
En cambio un hombre, es un animal que arranca cincuenta frutas de un árbol, y no puede disfrutar la suya, pensando en como vender las otras cuarenta y nueve a los demás.
Esta es una de las diferencias esenciales entre un simio y un hombre y de la cual nos sentimos orgullosos. El hombre piensa.
Gracias Juan por tu Re Flexión («Volver a flexionarse», mirando hacia adentro)… es desde donde sale cada palabra que decís, así lo siento al leerlas. Creo que este «destello» al que te referís es algo que comenzará a expandirse hasta ocupar todo, y que justamente nos Re Cordará ( Volver a la «Cuerda», a lo que nos une) qué somos, quiénes somos…y que también los otros seres que nos rodean ( si es que hay un «otro») son manifestación de esta misma energía, de esta Creación, de esta Unidad, de ese estado Shama. Asique solo hay que «Ser». Gracias.Un Abrazo