Por Rubén Garibotti
El hombre despertó en la penumbra, en su cama, en el sanatorio, un complejo de salud que solamente aquellos con su fortuna podían pagar.
En el silencio de la noche solo se escuchaban los intermitentes bips de las maquinas que lo monitoreaban.
Las sondas conectadas a su brazo le molestaban un poco, pero esa molestia era opacada por el intenso e ininterrumpido dolor de sus piernas.
Es que su obesidad en sociedad con la diabetes que padecía, habían hecho su trabajo deteriorando ese cuerpo atabacado por miles de cajas de cigarrillos consumidos a cualquier hora y en cualquier lugar.
Acostado, mirando el techo, suspiraba pensando que todavía era joven para morir.
Se preguntaba quien disfrutaría su fortuna en caso de que lo sacaran en una caja del sanatorio, y una angustia lo atenazó.
…Un nudo en el estómago… se le dificultaba respirar y se preguntaba si había valido la pena cobrar unos cuantos millones para hundir en una oscura cárcel a esos personajes políticos sin saber siquiera si eran culpables de la corrupción que les achacaba.
Pero el canal en que trabajaba era muy conciso. Las ordenes eran “Hoy tenés que hablar de esto”, y “Para fin de mes quiero a Fulano pudriéndose en la cárcel”.
Y para eso, el hombre era muy creativo, hacia muy bien su trabajo sucio y cobraba muy bien por su tarea.
Muchas veces dudó, pero siempre ganó la codicia.
Solo ahora, sintiendo a la muerte muy cercana, sentía un poco de culpa y no sabía si merecía encomendarse al altísimo. Después de todo nunca se acordó de Él cuando inventaba sus historias apócrifas. Se sentía un poco hipócrita pidiendo sus favores justo ahora. Se preguntó también si había valido la pena vender así sus convicciones.
Sumido en estos angustiantes pensamientos, desvió su aburrida mirada hacia la ventana. Era una noche cerrada y silenciosa. Volvió a suspirar.
Paseaba su mirada por la habitación cuando le pareció percibir una silueta sentada en el sillón de las visitas.
Con el corazón en un puño y sin desviar la mirada de su objeto, manoteó los anteojos que recordaba haber dejado a su lado sobre la mesita, no sin tirar una botella de agua mineral al piso.
Se colocó los anteojos apresuradamente y enfocó bien la vista.
Sí, era la silueta de un hombre sentado en el sillón enfrente suyo!
-¿Quién es usted? ¿Que hace aquí? ¿Quien lo dejo entrar?- vociferó con la voz entrecortada.
La silueta se tomó unos segundos para contestar con otra pregunta:
-¿A cuál de las preguntas querés que te conteste primero?…Tranquilo Daniel, solo vine a conversar un rato.
-No tengo ganas de conversar con nadie- contestó el obeso- ¿Quién es usted?
-Yo tengo muchos nombres, pero podés llamarme Milton.
-Y ¿qué es lo que quiere de mí? Voy a llamar a seguridad!
-Llamá a quien quieras, igual el timbre no funciona.
-¡Voy a gritar entonces!
-Si eso te hace sentir mejor, hacelo, nadie va a venir. Estamos solos para poder conversar tranquilos.
-Ya le dije que no quiero hablar con nadie, déjeme solo.
-Ya estás bastante solo Daniel, ¿no te parece?
-¿Cómo sabe mi nombre?
-Muchas preguntas amigo. Sé todo de vos, bueno…y de muchas personas más, pero no viene al caso…Mirá, si quisiera hacerte daño, no estaríamos hablando.
-Y ¿de qué quiere hablar? ¿Qué sabe de mí?
-Te conozco desde que eras un excelente periodista. Bueno, en realidad, desde que naciste, pero el período que me interesa es el de la transición entre el periodo que fuiste un excelente periodista y el que te convertiste en un mercenario que se hizo millonario causándole la ruina a gente inocente.-
-¡Usted me está insultando! ¡Váyase ya mismo de aquí y déjeme solo!
-¡Vamos Daniel! ¡Dejémonos de hipocresías por favor y hablemos sinceramente!
-Entonces si quiere hablar sinceramente dígame quién diablos es usted.
-Tibio, tibio, y…!Se quemó!
Y de la silueta partió una sonora carcajada muy contagiosa, y rieron juntos con ganas por un buen rato.
Cuando se hubieron calmado, Daniel se puso muy serio y dijo:
-Ahora va a decirme que es el Diablo, ¿no?
-Prefiero que me llamen Lucifer o Luzbel, que quiere decir “Luz Bella”- Dijo la silueta.
-¡Vamos, no me joda!- Dijo el obeso. ¡No me haga perder el tiempo!
-Ah, ¡perdón!- dijo irónicamente la silueta.-No me di cuenta de que estabas tan ocupado.-Y rió nuevamente.
Pero esta vez, a Daniel no le causó ninguna gracia la ironía de la silueta.
-¿Querés que te muestre?- Dijo el Diablo.
-¿Qué me quiere mostrar?
-Que soy el diablo, pero esta banalidad esta retrasando nuestra amable charla.
-Si usted puede demostrarme que es el diablo, me comprometo a charlar toda la noche- dijo el hombre en la cama, -Es mas hasta podría hacerle una nota para la T.V.
-Muy bien, vos lo quisiste.
Y el diablo se elevó de su asiento a un metro sobre el suelo, mientras se transformaba en un ser abominable. Sus ojos se encendieron como dos brasas candentes y de su boca surgió una lengua morada que rodeó su propio cuello, lo clásico en casos de demostración.
La cara de Daniel, se transformó en una gran bola roja y sus ojos se salían de sus orbitas.
No podía creer lo que estaba presenciando, su corazón se detuvo unos segundos y luego comenzó a palpitar desbocadamente. Quiso bajarse de la cama, pero se dio cuenta de que eso era imposible y tomó conciencia de que estaba a merced de esa bestia.
-¡Basta Basta!- gritó con un alarido desgañitado.
-¡Le creo! ¡Basta por favor! – gritaba mientras sus manos cubrían su rostro con las mantas de la cama. Por un instante tuvo la esperanza de que todo fuera una horrible pesadilla.
No se animaba a volver a mirar. Desde adentro de las cobijas gritaba que por favor se fuera.
-¿Que me vaya?- dijo el diablo.– ¿En que quedó lo de la nota para la T.V.?
-¡Basta! Basta! ¡Esto es una locura! Debo estar alucinando.
¡Eso, sí, son los medicamentos!
Le dije a la enfermera que no quiero sedantes- se dijo a sí mismo.
Luego de unos segundos de silencio, se quitó lentamente la manta que le cubría la cabeza con la seguridad de que la sombra había desaparecido, de que todo era producto de su mente afiebrada.
Pero no, la silueta seguía allí sentada con las piernas cruzadas y lo miraba.
Alcanzó el timbre para llamar a la enfermera y lo pulsó frenéticamente varias veces, y efectivamente, no funcionaba. Las manos le temblaban fuera de control.
Quiso gritar y escuchó su propia voz afónica, débil, pidiendo auxilio, llamando a la seguridad del sanatorio.
-¿Por qué no te calmas hombre?- Dijo una voz grave, amable desde el otro lado de la habitación. -Parecés un niño asustado.
-Pienso en Dios y aparece el diablo, estoy perdido- Pensó Daniel.
El hombre obeso sabía internamente que todo esto era una locura, tomó coraje y arriesgó una pregunta:
-¿Porque me acusa de mercenario justamente quien causa todos los males de este mundo si es que realmente es el diablo?
-Yo no te acuso, simplemente señalo lo que es- Contestó la silueta.-Además, (y aprovecho para remarcar tu segundo error) no fui, ni soy yo el causante de dichos males.
-¿Ah no? ¿Y quién los causa? ¿O ahora va a desmentir lo escrito en todos los libros sagrados?
-Otra vez tres preguntas seguidas. A la primera pregunta contesto: No. A la segunda contesto: Algunos humanos. A la tercer pregunta contesto: Eso solo es mala prensa, como la que vos haces.
¡Ah, bueno! ¡Ahora va a negar el castigo divino!, La humanidad siempre estuvo equivocada. Los maestros espirituales que escribieron los textos sagrados también, los ángeles caídos ¡Vamos! ¡No me joda!- Le enrostró Daniel airadamente.
-Bueno, miren quien se nos pone “espiritual” ahora.
Y soltó una risotada grotesca y tentadora.
-¿De qué se ríe?, le estoy hablando en serio.
-Y yo te estoy contestando en serio. Pensá un poco Daniel. La humanidad viene haciendo desastres desde la época de los cromagnones, ponele desde Adán y Eva si querés. Y sería tedioso enumerar a todos los hombres y mujeres que practicaron todo tipo de perversidades, creando herramientas de sometimiento y de tortura, sometiéndose entre sí, sometiendo a niños, animales, vegetales y al mismo lugar que habitan, Llamale planeta, llamale Edén si cabe, hasta hacerlos agonizar. ¡Ah, Pero el maligno soy yo! ¡Que bueno es encontrar a quien echarle la culpa de todos los males del mundo! ¿Acaso pensar de ese modo te libera de culpa? ¿Te hace sentir mejor?-
-No se justifique tanto, porque el infierno existe y usted es el jefe…¿O el infierno no es un lugar de tormento?
-Mira, te voy a decir algo y confío en que lo entiendas. Ahora te pregunto yo: El origen del mal es parte de la humanidad.
¿O no son los hombres y mujeres de este mundo quienes cometen semejantes crímenes? Yo doy las opciones y los hombres eligen, esa es la oportunidad que doy para que el humano demuestre su grado de evolución.
¿O si no? ¿Para que existe el libre albedrío tan mentado por pseudo espiritualistas?
El hombre, casi siempre elige mal, salvo honrosas excepciones y yo soy el encargado de sancionar las malas elecciones, llamale “pecados” si preferís, (odio esa palabra).- Esa es la misión que me ha sido encomendada.
La sanción eterna no existe. El “reglamento” indica que la sanción dura el tiempo que se demore el sancionado en tomar conciencia, en acrecentarla si se quiere.
En cuanto al infierno como lugar de castigo, lamento desilusionarte nuevamente, pues este lugar tampoco existe físicamente. Solo existe en tu conciencia.
Si el infierno existiera como lugar físico, ¿no sería este, parte de la creación divina?
Entendelo amigo, es el hombre como parte de la creación divina el autor del infierno, “Su” propio infierno, con su marca personal y a su medida.
La silueta en la penumbra cruzó sus piernas y se reclinó en el sillón de las visitas e hizo silencio unos cuantos segundos observando la reacción de Daniel, esperando que asimilara la información, que reflexionara.
El hombre en la cama quedó abstraído en sus pensamientos.
El insistente canto de un pájaro lo arrastró nuevamente a su habitación, así tomó conciencia de que estaba clareando el día y del contexto en que se encontraba.
Los “bips” de la máquina a su derecha aburrían con su monotonía.
Se dijo a sí mismo: Estoy conversando con el maldito demonio. Si lo que dice este sujeto es verdad, entonces ¡estoy jodido!
De repente transpiró copiosamente, miró a la figura que se encontraba frente a él y vio que su rostro sonreía.
Se le hizo un nudo en el estómago y tuvo ganas de ir al baño.
-¿Querés que te acompañe?- Dijo el diablo leyendo sus pensamientos.
-No gracias, solo necesito ayuda para incorporarme.
La sombra lo miró, y en su mirada se podía percibir un vislumbre de piedad.
-¿Entonces?- Volvió a preguntar Daniel ya sentado en la cama y desenchufado de sus aparatos. Realmente, ¿para qué vino a verme? ¿No es seguramente para darme una clase sobre el bien y el mal, verdad? ¿O sí?
-Tres preguntas. En parte sí-.
-¿En parte sí?, ¡Dígalo ya!- Dijo Daniel impaciente.
-Bueno, somos gente grande mi amigo, es mejor ir al punto. Vos sabes que no podés llevarte absolutamente nada cuando me acompañes.
-¿Cómo? ¿Que lo acompañe a dónde? ¿Usted Sabe que no puedo salir de acá hasta que me lo indiquen?- Dijo el hombre obeso, desesperado, casi sollozando.
-¡Otra vez tres preguntas! Daniel, ¡vos sabés a donde!- Señaló la sombra acompañándolo hasta la puerta del baño.
-Pero es que… ¡ no puedo! Ya entendí todo lo que me dijiste. No es necesario.
Dos lágrimas recorrieron su rostro hasta las comisuras.
-Sí, lo es mi amigo, entendiste con tu mente, pero es absolutamente necesario que lo concientices, que lo entiendas con tu corazón. No me lo hagas difícil Daniel. Son las reglas del juego y ya sabés quien puso las reglas. Nadie puede salirse del juego hasta que no termine la partida. Tuviste tus oportunidades y elegiste jugar así, ¡seamos justos!-
-Pero… ¡si lo hubiera sabido antes!- Suspiró.- ¡Tengo asuntos que arreglar! ¿Quién se ocupará de mis bienes? De mi mujer, de mis hijos, de mis perros- Se preocupó.
-¡Si lo hubieras sabido antes! ¡Que gracia! Precisamente, no sería justo para los demás. En cuanto a tus posesiones, no te preocupes, esas cosas ya no te servirán en el lugar donde me acompañarás y alguien aquí se hará cargo. Ya te lo dije, sin equipaje, nadie se lleva nada.
-¿Te ayudo? Dijo el diablo señalando el inodoro.
-No gracias, ahora me arreglo solo- dijo Daniel.
-Ok, te espero afuera.
Y el diablo, como vino desapareció.
La máquina en la habitación ya no emitía bips intermitentes, ahora era un solo silbido largo y penetrante.
La enfermera entró en la habitación ya avanzada la mañana con la medicación en una bandeja plateada y un vaso de plástico con agua, pero encontró la cama vacía.
Lo llamó varias veces por su nombre. Nadie contestó.
Apurada abrió la puerta del baño y allí se encontró con un hombre obeso sentado en el inodoro, recostado sobre su espalda, ya sin vida.
Dos lágrimas se secaban sobre su rostro.
Tiempos en los que se disfruta la lectura y qué mejor que de puño y letra de una grande como vos! abrazo y gracias por permitir un breve viaje literario!
Gracias Juan, viniendo de vos es un gran halago tu comentario!
Gracias Rubén!!! buenísimo el relato. Invita a la reflexión. Que bueno recordar que nada uno se lleva al partir, mas alla de lo que uno es, y de lo que uno ha hecho.. Un Abrazo!
Gracias Ale! Es reconfortante interactuar con seres tan talentosos y sensibles!
Los amigos son una caricia suave y poderosa a la vez.
Cuando me toque partir, me llevaré estas sensaciones que seguramente me haran un mejor ser.
Gracias!