Aunque las películas yanquis muestren a sus indios hablando del territorio Comanche, los aborígenes americanos no pensaban en territorio sino en tierra.
La noción de la tierra tomada como un territorio a parcelar, ocupar y dominar es una visión más moderna, más occidental y cristiana. Seguramente el catastro de las tierras ocupadas a nuestros ancestros fue producto de una estrategia en donde la ley del usurpador se estableció como norma .Siendo la ley, la ley del más fuerte, la de aquel que salió victorioso en la guerra e impuso su criterio y su ideología. Y heredamos ese esquema y esa catástro-fe.
La tierra es un ser vivo con el que puedo dialogar. El territorio es ocupado, explotado y deja de ser un ser vivo para transformarse en una cosa. Para mí y para mí infancia el ancho mundo era la calle de tierra, porque era el lugar que no tenía dueño.
Paradójicamente el lugar más impersonal era el lugar más nuestro, aquel que se podía disfrutar, explorar, vivir. En una comunidad creada en el materialismo, la casa era el sitio de la ley y del territorio en vez de ser un lugar para el encuentro. De ahí los muros, las divisiones, las puertas y los candados.
Es cierto que las casas tenían sus visitas y sus fiestas, sus encuentros también, pero siempre era mí casa o tú casa y ahí el pronombre significaba una división taxativa que ilustraba una forma de mirar el mundo. La calle era para los niños el lugar donde no había mío ni tuyo, sino nuestro. Nos encontrábamos en la esquina, abajo del sauce, o en el baldío. No te invitaba a jugar a Mí calle sino que salíamos a La calle.
Hace poco estuve en un pueblo de San Luis donde los vecinos sacaban a la vereda, la silla, el mate y la conversación. Un rito antiguo que no resultaba viejo sino sano. Algo bello, abierto y seguro. Compartir siempre es más seguro que encerrarse tras una alarma conectada a la policía.
Encerrarse en la casa es ser despiadamente territoriales, catastralmente antisociales, aislamiento cruel de aquel conquistador que está encarcelado en su conquista porque tiene miedo de perder.
Salir a la calle y compartir puede ser una experiencia no solo placentera sino una estrategia para salir de lo territorial. Para eso tal vez haya que, no solo exponerse al encuentro, sino también realizar (en una época ocupada en los objetos y despreocupada de la gente) el más temerario de los actos: Dejar las cosas. Abrir la puerta, desmantelarnos, y ser los ladrones de nuestras propias cosas para donárselas a los adoradores de objetos. Regalar la tv, la radio, la computadora, el televisor y el Dvd , vaciarnos de aquello que no nos llevaremos al otro mundo para encontrarnos sin objetos en un mundo nuevo .Tal vez sin ropa , sin mesita de luz y sin sillones podamos reflexionar sobre el verdadero valor de nuestras vidas. Difícil sí. Difícil, si. Pero Pachamama en serio.
Pablo Solís